30/11/11

Antiguo Labrador - A Tejada Gómez

A. Tejada Gómez

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La tierra estaba de antes, señor.
Iban los ríos
como niños potentes ciñiéndole el regazo,
lamiéndole la tierna caparazón de greda
con su campana líquida,
sus sales planetarias,
iban los ríos solos subiéndose a los árboles,
mojándoles la sombra, procreando los pájaros.
Y la tierra era un ancho territorio, señor,
porque entonces la tierra no era buena ni mala.
Solamente camino.
Luna de la distancia.
Porque entonces la tierra no terminaba nunca
y el pan era un velero de la espiga lejana.

Pero el viento lo sabe,
siembra su siembra unánime,
la desata de noche con los dedos del aire,
su tránsito caliente le deshace los límites,
la libera de tantos oscuros propietarios.

Yo sé, señor,
yo he visto la noche sobre el campo,
su condición de estrella, su silencio pesado
y digo que no es cierto que puedan alquilarla,
que le alambren el torso, que le vendan la espalda,
porque la tierra entera pertenece a la noche,
al universo entero, al sudor de la azada
que mueve la fatiga campesina del mundo,
la voluntad labriega como una enorme pala.

Pertenece al que sabe
celebrar la alegría de ver crecer las plantas,
al cómplice del sol, al sembrador callado
que pone la semilla como un semen dichoso
y espera, lentamente, el milagro del agua.

Porque sin esta frente,
sin este rudo brazo,
sin el tiempo a destajo de gastarnos las manos,
quién dará testimonio de la vida en la tierra,
quién ha de prepararnos la primavera, el vino,
el fermento gredoso de donde viene el canto.

Por eso yo pregunto, señor: ¿cuándo es el día,
a qué hora, justamente, vamos a rescatarla,
qué hombres vendrán conmigo,
qué canción cantaremos,
qué flores sembraremos donde está la alambrada?

Digo que este mensaje debe saberlo América,
que no sólo nosotros,
que cada uno lo sepa,
porque hay un continente de tierra sometida,
gordos concesionarios,
carbón comprometido,
hay zonas donde el hambre tutea la agonía
y esclavitud de estaño
y cobre de miseria,
hay trigo condenado a los precios siniestros,
petróleo al que amenazan su primavera negra,
naranjas exportadas con todo el sol a cuestas,
hay niños que no encuentran al hombre,
caen antes,
se van, sonrisa abajo, muerte abajo,
se pierden entre los destituido que cae y se disgrega.

Que no sólo nosotros.
Que cada uno lo sepa.

Golpeo esta guitarra elemental: América,
hasta cavarle al medio un pozo de sonido,
hasta ponerle adentro una zamba furiosa,
mi percusión de sangre, señor, este latido
tan pariente del aire,
tan sol,
tan repartido
entre una antigua música de azúcar en nosotros,
para que desde el hombre continental subamos,
almíbar solidario, familia amanecida,
a empujar la esperanza pobrecita,
mestiza,
a desatar las manos de América nativa,

La tierra estaba de antes, señor.
Iban los ríos,
la lengua húmeda,
iban árbol arriba, a besar el tumulto donde empieza la vida.

Por eso yo pregunto, señor
¡cuándo es el día!

Armando Tejada Gómez, "Antiguo Labrador", en Sonopoemas del horizonte, (1964; 2da edic.)

1/11/11

Tecum Uman - M A Asturias


Tecum Umán, acuarela y lápiz de Ricardo Guthrie *

Tecun Umán


Tecún-Umán, el de las torres verdes,
el de las altas torres verdes, verdes,
el de las torres verdes, verdes, verdes
y en fila india indios, indios, indios
incontables como cien mil zompopos:
diez mil de flecha en pie de nube, mil
de honda en pie de chopo, siete mil
cerbataneros y mil filos de hacha
en cada cumbre ala de mariposa
caída en hormiguero de guerreros.

Tecún-Umán, el de las plumas verdes,
el de las largas plumas verdes, verdes,
el de las plumas verdes, verdes, verdes,
verdes, verdes. Quetzal de varios frentes
y movibles alas en la batalla,
en el aporreo de las mazorcas
de hombres de maíz que se desgranan
picoteados por pájaros de fuego,
en red de muerte entre las piedras sueltas.

Quetzalumán, el de las alas verdes
y larga cola verde, verde, verde,
verdes flechas verdes desde las torres
verdes, tatuado de tatuajes verdes.

Tecún-Umán, el de los atabales,
ruido tributario de la tempestad
en seco de los tamborones, cuero
de tamborón medio ternero, cuero
de tamborón que lleva cuero, cuero
adentro, cuero en medio, cuero afuera
cuero de tamborón, bón, bón, borón, bón,
bón, bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón,
bón, borón, bón, bón, bón, borón, bón, bón,
pepitoria de trueno que golpea
con pepitas gigantes en el hueco
del eco que desdobla el teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
teponpón, teponpón, teponastle,
tepón, teponpón, tepón, teponpón,
teponpón, teponpón, teponpón...

Quetzalumán, el de las tunas verdes,
el de las altas tunas verdes, verdes,
el de las tunas verdes, verdes, verdes.
Las astas de las lanzas con metales
preciosos en victoria de relámpago
y los penachos despenicados
entre los estandartes de las tunas
y el desmoronamiento de la tierra
nublada y los lagos que apedrean
con el tún de sus tumbos sin espuma.
Tún, munición de guerra de Tecún
que llama, clama, junta, saca hombres
de la tierra para guerrear el baile
de la guerra que es el baile del tún.
Tún, tambor de guerra de Tecún,
ciego por dentro como el nido túnel
del colibrí gigante, del Quetzal,
el colibrí gigante de Tecún.

Quetzal, imán del sol, Tecún, imán
del tún, Quetzaltecún, sol y tún, tún­
bo del lago, tún-bo del monte, tún­
bo del verde, tún-bo del cielo, tún,
tún, tún, tún-bo del verde corazón
del tún, palpitación de la primavera,
en la primera primavera tún-bo
de flores que bañó la tierra viva.

¡Abuelo de ambidiestros! ¡Mano grande
para cubrirse el pecho con tlascalas
españoles, fieras con cara humana!

¡Varón de Galibal y Señorío
de Quetzales en el patrimonio
testicular del cuenco de la honda,
y barba de pájaros goteantes
hasta la última generación
de jefes pintados con achiote rojo
y pelo de frijol enredador
en penachos de águilas cautivas!
¡Jefe de valentías y murallas
de tribus de piedra brava y clanes
de volcanes con brazos! Fuego y lava.
¿Quién se explica los volcanes sin brazos?
¡Raza de tempestad envuelta en plumas
de Quetzal rojas, verdes, amarillas!
¡Quetzalumán, la serpiente coral
tiñe de miel de guerra el Sequijel,
el desangrarse el Arbol del Augurio,
en el augurio de la sangre en lluvia,
a la altura de los cerros quetzales
y frente al Gavilán de Extremadura!

¡Tecún-Umán!
Silencio en rama...
Máscara de la noche agujereada...
Tortilla de ceniza y plumas muertas
en los agarraderos de la sombra,
más allá de la tiniebla, en la tiniebla
y bajo la tiniebla sin curación.

El Gavilán de Extremadura, uñas,
armadura y longinada lanza...
¿A quién llamar sin agua en las pupilas?
En las orejas de los caracoles sin viento
a quién llamar... a quién llamar...
¡Tecún-Umán! ¡Quetzalumán!

No se corta su aliento porque sigue en las llamas...
Una ciudad en armas en su sangre
sigue, una ciudad con armadura
de campanas en lugar de tún, dueña
de semilla de libertad en alas
del colibrí gigante, del quetzal,
semilla dulce al perforar la lengua
en que ahora le llaman ¡Capitán!
¡Ya no es el tún! ¡Ya no es Tecún!
¡Ahora es el tán-tán de las campanas,
Capitán!

Miguel Ángel Asturias, en Torotumbo ; La audiencia de los confines ; Mensajes indios, Plaza & Janés, Barcelona, 1967.

* imagen tomada de su blog.
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